Ontario en bicicleta por Roser Ortes www.sportvicious.com

 

ONTARIO EN BICICLETA POR ROSER ORTES

Realizar un viaje de 2.475 km en bicicleta gravel por Ontario fue una aventura llena de desafíos y recompensas.

Una experiencia única que combinó la libertad de explorar toda la provincia a mi propio ritmo con el reto de la autogestión en la indómita naturaleza norteamericana.

Y aunque recorrerla como mujer en solitario añadió un nivel extra de introspección, valentía y autoconfianza, cualquiera que lo intente se rebosará con grandes dosis de estas cualidades mientras pedalea por esta majestuosa y mística parte del planeta.

Itinerario viaje Ontario en bicicleta durante 5 días

Este itinerario de 5 semanas, diseñado sobre la base de algunos recorridos publicados en Bikepacking Ontario (https://www.bikepackingontario.com/«Where the pavement ends and your adventure begins«).

Comienza en Toronto y pasa por las imponentes cataratas del Niágara, bordeando el lago Ontario.

Posteriormente, se aventura hacia el exuberante Parque Nacional Península de Bruce

Para luego adentrarse en la vasta y salvaje extensión del Parque Provincial de Algonquin, donde cada tramo ofrece una visión única de la belleza canadiense.

Inherente al destino elegido para disfrutar de buen cicloturismo, el viaje fue una auténtica travesía al aire libre, en régimen de autosuficiencia.

Donde las frías (¡y también cálidas!) noches se pasaron bajo un manto de estrellas y donde cada cena se convirtió en un delicioso festín de arroz o pasta deshidratada, cocida pausadamente en un cazo con 50 cl de agua y un fogón Primus Gas.

ETAPAS ONTARIO EN BICICLETA

Semana 1: De Toronto a Niágara – El desafío de la lluvia

Comenzar el viaje desde Toronto en dirección a las famosas cataratas del Niágara debería haber sido un tramo introductorio y relativamente sencillo. Sin embargo, el clima tenía otros planes.

A principios de agosto, el huracán Ernesto tocó tierra afectando la parte sur de Ontario.

Toda la región se vio inmersa en abundantes lluvias, fuertes vientos y los niveles de humedad lo tamizaban todo. Lidiar con estas condiciones climáticas implicó una planificación cuidadosa y una constante adaptación.

Era necesario encontrar refugios seguros para descansar y sitios de acampada protegidos donde montar la tienda Vaude y la pequeña vela waterproof.

Recuperarse de la fatiga y deshumidificar las alforjas y el equipo guiaron el rumbo y el ritmo de esa primera parte del itinerario.

Las precipitaciones diarias hacían que todo se sintiera más intenso, poniendo a prueba tanto la resistencia física como la mental.

Así, el recorrido por el Waterfront Trail hasta la península de Niágara, llano y asfaltado, se volvió bastante desafiante.

Evocando dudas y miedos en medio de las tempestuosas tormentas que, a su vez, aludieron a fugaces momentos, especialmente elocuentes para quienes buscamos descubrir el mundo de una forma más refrendada y atestiguada, de añoranza y profunda serenidad.

Al concluir el tramo y observar las majestuosas cataratas bajo un cielo gris y lluvioso, reconozco que le otorgué, inconscientemente, un aire místico y salvaje a ese lugar inusualmente poco atosigado de turistas y me gustó.

La fuerza del agua, combinada con el estruendo de las cataratas y el clima rociado, creaban una poderosa sensación de conexión con la naturaleza, como si todo formase parte de algo más grande, vasto y notablemente indócil.

Me impresionó (¡inenarrable!).

Semana 2: Recuperando el ritmo – La belleza de la Península de Bruce

Dejando atrás Niágara, el lago Ontario y el caos del clima, la ruta se encauzaba hacia el norte, en dirección a la Península de Bruce.

El recorrido se volvía más exigente: había colinas ondulantes y caminos poco transitados que se adentraban en paraísos de exuberante naturaleza.

Y en medio de una reposada paz —indescriptible— y una cercanía tangible con el entorno, el pedaleo empezó a recuperar el ritmo explorador y aventurero habitual.

Cada día traía paisajes que cambiaban de manera casi mágica.

La belleza urbana, ya residual, daba paso a bosques espesos que misteriosamente desembocaban en dramáticos acantilados, aguas cristalinas y hermosos senderos como el Bruce Trail, que se asomaban tenazmente al lago Hurón.

Pedaleaba y contemplaba a la vez.

La Península de Bruce es un paraíso para quienes aman la naturaleza en su estado puro.

En la práctica, un 20% de su biodiversidad, encanto, riqueza y patrimonio cultural alberga dos parques provinciales (Ontario Parks):

Bruce Peninsula National Park y Fathom Five National Marine Park.

Los parques están bien delimitados y los accesos, custodiados por guardias, están restringidos.

Se requiere permiso para entrar y para pernoctar.

De hecho, pernoctando en su reserva natural, me inicié en el indómito medio canadiense, adoptando tres grandes prácticas que luego fueron constantes logísticas durante todo el viaje.

El primer hábito integrado fue la cohabitación con el oso negro.

Para acampar, husmear y vagar en zonas donde habita este animal, hay que tomar algunas precauciones.

Contar con un almacenaje adecuado de alimentos —bear canister— y evitar olores fuertes, como los productos de higiene personal, son algunas de las costumbres naturalizadas y asumidas por todos los canadienses que, personalmente, tuve que integrar a mis rutinas aventureras.

La segunda y tercera prácticas adquiridas fueron el concepto de wild camping y el acceso al agua potable en la naturaleza.

El wild camping, muy popular en Canadá, dista del concepto europeo y añade quehaceres diarios para vivaquear con tranquilidad en la naturaleza.

En cuanto al agua potable, no siempre garantizada en las zonas por donde transcurría el periplo, fue la tercera rutina incorporada que o bien añadía carga diaria al velocípedo o bien exigía hervir la del grifo local para garantizar su salubridad.

Estos fundamentos aprendidos e incorporados tempranamente, a inicios de la segunda semana, se agregaron eficazmente durante toda la hazaña y fueron de suma utilidad.

Recorriendo la península, los días transcurrieron entre paisajes boscosos, aceptablemente ciclables, y bonitos momentos de reflexión frente a la inmensidad del lago Hurón, restableciendo la cadencia habitual, interrumpida inicialmente por la intensidad de las lluvias.

El aislamiento, que al principio parecía un reto, se iba convirtiendo en compañero: había algo profundamente reconfortante en estar sola en un entorno tan majestuoso, donde el sentido de independencia y autosuficiencia crecía con cada impulso de pedal.

Semanas 3-4: Encuentro con la osa madre y sus cachorros en Algonquin Provincial Park

La siguiente etapa me llevó hacia el norte de Ontario, hasta el Parque Provincial de Algonquin, donde comenzó el verdadero desafío: los senderos abruptos, las rutas aún menos transitadas y, en definitiva, donde se desplegó la genuina aventura en todo su esplendor.

De hecho, en el cuarto día dentro de la reserva natural ocurrió el momento más inolvidable del viaje: un encuentro inesperado con una osa y sus dos cachorros.

Al tomar un sendero estrecho, en un claro del bosque, ahí estaba: la madre osa de pie, con sus dos pequeños cerca.

El corazón se aceleró rápidamente (¡muchísimo!) y la sensación de vulnerabilidad fue inmediata, así que el instinto y la improvisación tomaron el control.

Me detuve. Mis piernas quedaron paralizadas —los párpados también—, pero las manos no.

Las manos, como brazos de pulpo ondulantes, palpaban bolsillos y escarbaban en la bolsa frontal Ortlieb Waterproof, vaciando compartimentos y abriendo cremalleras con la urgencia casi obsesiva de no dejar escapar ese instante irrepetible y captarlo con la cámara o el móvil. ¡Aquí!

Lo conseguí, encontré el móvil y capturé algunos minutos del encuentro mientras los tres se alejaban sabedores de mi presencia.

Fue un momento de intensa adrenalina, una experiencia única y, de alguna manera, un privilegio casi hierático que solo la naturaleza puede ofrecer.

Después de que la osa y sus crías desaparecieron entre los árboles, el impacto del encuentro permaneció —y aún permanece—, retumbando a voces la hermosura profunda de la naturaleza, pero también su impredecibilidad y potestad.

Los días siguientes fueron los más exigentes, en términos de ciclabilidad, y los más septentrionales de toda la aventura.

La ruta Hasty Highlander, con tramos de ruta proporcionadamente desafiantes y variados, es ideal para los amantes del gravel y el ciclismo de aventura. En estas latitudes, el terreno es técnico y mixto.

La ruta combina caminos de grava compacta, sendas forestales, pistas más rugosas con piedras sueltas y tramos de tierra que pueden tornarse resbaladizos en condiciones húmedas.

La parte más norteña cuenta con tramos de arena y, de forma intermitente, pequeños trechos de guijarros de canto rodeado que, con ruedas de 41 mm o inferiores, te obligan a desmontar.

En cuanto a los desniveles y ascensos, los ascensos son exigentes, pero ofrecen vistas impresionantes de la región, mientras que los descensos requieren habilidad y control.

Toda la senda cruza largos bosques boreales, bordeando lagos cristalinos, ríos y zonas de humedales.

A finales de agosto se empezaba a intuir la llegada del otoño, convirtiendo el paisaje en un escenario cromático espectacular —sin rival—.

El aislamiento y la aventura eran presentes en todos los tramos y todo ello mezclado concurría en un fuerte sentido de desconexión y aventura difícil de reseñar.

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Semana 5: Retorno a Toronto y reflexiones finales

Después de explorar las profundidades de Algonquin, el viaje comenzó su regreso hacia Toronto, cerrando el circuito. Con las piernas fortalecidas y el espíritu renovado, cada kilómetro se sentía como un triunfo personal.

El paisaje se transformaba a medida que me acercaba a la urbanidad.

El clima acompañaba y, al tratarse de una ruta circular, el entorno se volvía menos sorprendente y más familiar.

Sabía dónde acampar y dónde aprovisionarme.

Había adoptado rutinas canadienses y me había empapado de la región.

Por lo que esta última etapa me permitió relajarme un poco en cuanto a la logística del trayecto (el “aquí y ahora”) y reflexionar sobre lo vivido.

Los paisajes de esta última etapa me parecían cercanos y se convertían en una especie de despedida.

Evocando vibrantes momentos de las etapas recorridas en las semanas anteriores.

Y haciendo tangible, no solo la metamorfosis externa del paisaje, sino también una transformación aún más profunda que la acompañaba.

El paisaje se suavizaba progresivamente y la ciudad comenzaba a tomar protagonismo de manera gradual.

A 5 días de la meta, pensaba en la seguridad, sociabilidad y amabilidad del país.

Y en cómo, en el día a día, a los pueblos nativos canadienses de ascendencia mixta o de raíces diversas se les podían identificar características culturales de sus 3 pueblos fundadores:

los franceses, los británicos y los pueblos nativos americanos.

Empujaba la bici y me sentía profundamente agradecida y afortunada de haber sido testigo de cómo algunos locales aún siguen celebrando y reconociendo la diversidad cultural como un rasgo esencial de su identidad.

A lo largo de todo el recorrido, la conexión con el paisaje no solo había sido estética, sino también emocional y cognitiva.

así que mis pensamientos divagaban sobre cómo la experiencia había reforzado mi sentido de identidad.

Algunas veces, mis pensamientos se dirigían hacia la experiencia de haber afrontado los desafíos en solitario.

Otras veces, cavilaban sobre el desafío físico, en cómo cada jornada se había convertido en una exploración más profunda de mi valentía.

Y en cómo cada pequeño avance en el recorrido se había transformado en una reafirmación de mi autonomía.

Estaba cerca de la región de Kawartha Lakes y sostenía una cadencia constante; suelta y sin esfuerzo. Estaba feliz.

Sin embargo, sentía mucha pereza al acercarme a la urbanidad de la capital que poco a poco lo inundaba todo.

Paulatinamente se percibía la dinámica de la vida moderna, la interacción constante de los individuos y el ritmo acelerado de la ciudad.

La conexión fija, la diversidad de estímulos y el ritmo frenético se imponían más a cada pisada de pedal y me fastidiaba (bastante); sentía melancolía de los sitios en los que había estado, con menos gente y más humanos.

Al llegar a Toronto, la sensación de logro y felicidad incorporaba también el reflejo de un proceso psicológico de autotransformación.

Donde cada kilómetro pedaleado había dejado una huella profunda en mi mente, en mis propias capacidades, en mis miedos y en mis límites.

Conclusiones de la aventura de Ontario en bicicleta

La aventura canadiense me había cambiado el corazón.

Abriéndome los ojos a nuevas realidades, desafiando mis creencias y transformando mi perspectiva sobre el mundo y sobre mí misma.

Me había dejado una marca indeleble, por todo el crecimiento silencioso que se había gestado en los momentos de soledad y de admiración ante lo desconocido.

Pero sobre todo, por la aproximación a una nueva cultura y a sus formas de vida que, montada en una bicicleta, fue más directa, más gozosa, más profunda y mucho más auténtica.

Y cuya persistencia va más allá de la experiencia, de las fotos, del tiempo y de las palabras, convirtiéndose en una fuente constante de inspiración y reflexión.

¡Absolutamente recomendable!

Sumamente valioso y muy de acuerdo con la afirmación de Pierre Trudeau.

Quien fue primer ministro de Canadá y, en uno de sus discursos, dijo: «The most Canadian thing is to be in Ontario».

Roser Ortes Rigola