Cuando alguien me pregunta sobre cuestiones deportivas, tengo la tendencia a utilizar el término salud por delante de cualquier otra acepción: objetivo, meta, resultado, competición, superación, resiliencia, etc.
Seguramente es debido, por una parte, al hecho de haber pasado hace un tiempo el medio siglo de vida.
Y por consiguiente encarar la última fase de mi estancia vital en este mundo.
Y por otro, a la experiencia acumulada de varias décadas priorizando “otras cosas”, por decirlo de algún modo, antes que la propia salud.
Esta reflexión me lleva a una cuestión fundamental: ¿qué lugar ocupa hoy el deporte en nuestra vida y qué entendemos realmente por salud?
Desde las antiguas civilizaciones, el deporte ha ocupado un lugar central en la vida social y cultural.
En Grecia, las competiciones atléticas no eran meros ejercicios físicos, sino celebraciones de la excelencia humana y de los valores de la polis.
En Roma, los juegos públicos tenían funciones de cohesión política y expresión de poder.
Esta herencia histórica refuerza la asociación moderna entre deporte, virtud y salud, pero también nos recuerda que no toda práctica deportiva tiene el mismo sentido ni persigue los mismos fines.
Así, y a pesar de que el deporte está profundamente arraigado en nuestra cultura como sinónimo de salud y bienestar, cuando profundizamos filosóficamente en la práctica deportiva contemporánea, encontramos contradicciones sorprendentes.
¿Qué sucede cuando el deporte deja de servir a la salud para convertirse en su opuesto?
¿Qué entendemos por salud?
Parece obvio que salud y deporte están ligados, y así es, no es necesario recurrir a estudios científicos para que sea evidente.
Pero —y es un gran pero— no todo el deporte es salud, ni la salud se reduce únicamente a la relación con la actividad deportiva.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como un estado completo de bienestar físico, mental y social, no solo como la ausencia de enfermedad o dolencia.
Esta definición amplía significativamente el concepto tradicional, revelando que la salud es más que una condición física; implica también bienestar emocional y equilibrio social.
Desde esta perspectiva, practicar deporte debería perseguir un objetivo integral: fortalecer nuestro cuerpo, mejorar nuestro estado de ánimo y fomentar relaciones sociales positivas.
Pero, ¿realmente sucede esto en todos los contextos deportivos?
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La trampa de la competición desmedida
La competición es intrínseca al deporte. La búsqueda de metas, superarse a uno mismo y alcanzar objetivos forma parte de la naturaleza humana.
Sin embargo, como advertía Friedrich Nietzsche, «quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo.
Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti».
Cuando la competición se lleva al extremo, el deporte deja de ser una práctica saludable y puede transformarse en una fuente de estrés crónico, ansiedad y presión constante.
Este fenómeno se aprecia especialmente en los atletas de alto rendimiento.
Muchos deportistas sufren ansiedad ante la competición, depresión tras fracasos deportivos o lesiones recurrentes debido a una presión excesiva por lograr resultados inmediatos.
Nietzsche, al plantear la idea del «superhombre», exaltaba la superación constante.
Pero también advertía de los peligros de caer en la desmesura, olvidando la importancia del equilibrio emocional y mental.
Esta advertencia nietzscheana sobre el «abismo» refleja el riesgo de quedar atrapado en una lógica de exigencia infinita, donde el valor personal se mide exclusivamente por la superación de marcas y objetivos.
En el ámbito deportivo, esta dinámica puede llevar a una alienación interior, donde el deportista ya no practica por placer o bienestar, sino por miedo al fracaso o por la presión de expectativas externas.
El abismo no es otra cosa que la pérdida del sentido inicial de la actividad.
Diversos estudios han documentado las consecuencias negativas del deporte de alto rendimiento sobre la salud física y mental.
Un ejemplo es el de la gimnasta estadounidense Simone Biles.
Quien en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 se retiró de varias competiciones alegando problemas de salud mental.
De manera similar, futbolistas como Andrés Iniesta han relatado episodios de depresión durante sus carreras, a pesar de sus éxitos deportivos.
Investigaciones médicas también han advertido que el ejercicio intenso y prolongado, como en las ultramaratones, puede inducir un “estrés cardíaco” que compromete la salud a largo plazo (Circulation, 2012).
Deportes extremos: ¿logro o riesgo?
El deporte extremo pone a prueba los límites del cuerpo y la mente.
Actividades como el montañismo, los deportes de riesgo o las ultramaratones pueden generar sensaciones de logro y autorrealización.
Pero también implican graves riesgos para la salud, pudiendo ocasionar lesiones permanentes e incluso poner en peligro la vida.
Desde un punto de vista filosófico, esto plantea cuestiones éticas fundamentales:
¿hasta qué punto es legítimo exponer el cuerpo al peligro en busca de emociones intensas o reconocimiento personal?
Siguiendo el principio de responsabilidad formulado por Hans Jonas, podemos recordar que «cuidar la vida es el primer deber antes de cualquier logro».
La reflexión ética invita a valorar si los beneficios obtenidos realmente justifican los riesgos asumidos.
El cuerpo vigilado: estética y alienación
Otra dimensión donde el deporte pierde su carácter saludable es cuando se convierte en una obsesión por alcanzar determinados estándares estéticos.
Esta presión se incrementa por la influencia de las redes sociales y los medios de comunicación, donde imperan cuerpos idealizados difíciles de alcanzar de forma saludable.
La filosofía crítica, como la desarrollada por Michel Foucault, señala cómo ciertos ideales corporales impuestos socialmente pueden generar prácticas disciplinarias obsesivas, transformando el cuerpo en objeto de vigilancia constante.
No en vano, como afirmaba Foucault, «el cuerpo es directamente el lugar de la marca del poder».
Poniendo de manifiesto que la obsesión por la imagen corporal puede derivar en trastornos psicológicos graves como anorexia, vigorexia o bulimia, distorsionando la verdadera razón para hacer deporte, que debería ser el bienestar general.
Deporte por salud vs. deporte por obsesión
Es fundamental diferenciar claramente entre hacer ejercicio por salud y practicar deporte competitivo o extremo.
El ejercicio por salud busca el bienestar integral, se practica de forma moderada, regular y adaptado a las capacidades individuales.
En cambio, el deporte competitivo o extremo, aunque motivador y retador, prioriza metas específicas que no necesariamente benefician nuestra salud integral.
La diferencia radica en la finalidad.
El deporte saludable acepta la limitación del cuerpo, busca el equilibrio emocional y promueve la relajación mental.
Por su parte, el deporte extremo o altamente competitivo busca sobrepasar esos límites continuamente, lo que puede generar desequilibrios emocionales y físicos.
El equilibrio epicúreo y la virtud aristotélica
Para recuperar la esencia saludable del deporte, es crucial reconsiderar las motivaciones detrás de su práctica.
Desde una perspectiva epicúrea, el verdadero placer radica en la ausencia de dolor corporal (aponía) y en la tranquilidad del alma (ataraxia).
Epicuro enseñaba que los mayores placeres no provienen de la exaltación extrema, sino del equilibrio, la moderación y la satisfacción de necesidades naturales y necesarias.
Aristóteles en su Ética a Nicómaco defendía la virtud como el término medio entre dos extremos viciosos: ni el exceso ni la carencia conducen al bien vivir.
Aplicar esta concepción aristotélica al deporte significa ver el ejercicio no como una competencia constante, sino como una fuente equilibrada de bienestar físico, mental y social.
Siguiendo este enfoque, la práctica deportiva debería orientarse a proporcionar placer moderado, fortalecer el cuerpo sin dañarlo, y mantener un equilibrio mental y emocional.
Cuando practicamos deporte consciente de nuestras necesidades reales y evitando los excesos que nos conducen al dolor o la frustración, estamos promoviendo salud en el sentido más pleno.
Hacia un deporte consciente: filosofía y bienestar
La reflexión filosófica sobre el deporte nos revela que, si bien es una herramienta poderosa para el bienestar integral, puede convertirse fácilmente en fuente de daño cuando perdemos la perspectiva sobre lo que realmente significa estar sano.
Retomar la esencia saludable del deporte implica recuperar una visión equilibrada, moderada y consciente.
Significa entender el deporte no solo como medio para alcanzar logros externos, sino como una práctica que fortalece nuestro cuerpo, nutre nuestro espíritu y fomenta relaciones sociales saludables.
Como recordaba Epicuro, «nada es suficiente para quien lo suficiente es poco».
Subrayando la importancia de saber reconocer el límite natural del deseo y de valorar la moderación como fuente de auténtico placer y bienestar.
En última instancia, el deporte debería ser entendido como un arte de vivir: un modo consciente de habitar nuestro cuerpo, de cultivar nuestras capacidades y de experimentar el placer sereno de movernos y crecer.
Más allá de resultados, cronómetros o estándares estéticos, el deporte nos ofrece la posibilidad de vivir plenamente el presente, de reconciliarnos con nuestros límites y de fortalecer la alegría de existir.
Practicar deporte, entonces, no debería ser un acto de violencia contra uno mismo, sino una celebración moderada y lúcida de la vida.
En definitiva, una filosofía del deporte nos ayuda a cuestionar nuestras prácticas deportivas, orientándonos hacia un ejercicio consciente, saludable y verdaderamente alineado con nuestro bienestar integral.
Fotografía de