Groenlandia en seabike - Albert Bosch www.sportvicious.com

 

Expedición en la costa sudoeste de Groenlandia en bicicletas de agua

Realizar una aventura realmente auténtica como esta supone un esfuerzo y una complejidad enorme, mucho más allá de la parte puramente deportiva.

Os comparto todo el proceso hasta la ejecución final.

LA IDEA DE UNA TRAVESÍA EN SEABIKE POR GROENLANDIA

En junio de 2023, David Espallargas me citó en un bar de Barcelona para contarme su idea de realizar una travesía en bicicletas de mar por la costa de Groenlandia.

Él ya tenía experiencia con este tipo de bici-embarcación y la idea me atrajo enseguida y la vi interesante y factible.

Nos dimos un par de meses y en septiembre nos comprometimos en firme para estar pedaleando entre icebergs en verano de 2024.

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LA PREPARACIÓN DEL VIAJE A GROENLANDIA

Teníamos 10 meses para planificarlo todo.

A nivel de equipo, teníamos clarísimo que queríamos ser entre tres y cuatro miembros.

Llamé a mi amigo Pepe Ivars, un súper compañero de aventura en todos los sentidos con quien he hecho ya diversas expediciones polares. Tardó cinco minutos en decidirse.

Del tema de las bicicletas se ocupó David, pues tenía una excelente relación con el distribuidor de las Schiller Bikes en España (Urkabia), que enseguida se vinculó con un apoyo incondicional.

Para la ruta contamos con el apoyo de mi amigo Ramón Larramendi, el mejor expedicionario polar de España y gran conocedor de Groenlandia.

El presupuesto de mínimos no era demasiado elevado, pues con unos 15.000 euros ya cubríamos lo básico y veíamos claro que conseguiríamos este nivel de patrocinio.

En el mes de mayo, comiendo con mi amigo Miguel Ángel Tobías, le propuse unirse a la expedición.

Él es un director y productor de documentales de referencia, con un gran espíritu aventurero.

No es especialista en este tipo de proyectos, pero es de los tipos más cabezotas que conozco y, con su ilusión y perseverancia, es capaz de muchísimas cosas.

A la hora de la cena me llamó y me dijo que se venía a Groenlandia y que iba a realizar un documental de máximo nivel.

EL CONCEPTO

En los proyectos extremos es muy importante tener claro el concepto fundamental que le da sentido.

Esto es el propósito y la filosofía de la aventura.

A nivel de reto, teníamos clarísimo que queríamos que fuera una expedición en total autosuficiencia.

Y a nivel de propósito, también teníamos claro que queríamos enfocarlo al tema del cambio climático, que afecta de manera especial a las zonas polares en general y a Groenlandia en concreto.

LA COMUNICACIÓN

Cuando se organiza una expedición en el culo del mundo, hay que hacer un gran esfuerzo para que tenga suficiente interés comunicativo.

En este caso concreto no era un tema prioritario, porque no había demasiado compromiso de visibilidad con los patrocinadores. Pero al incorporarse Miguel Ángel Tobías, todo cambió.

Su perfil y su voluntad de realizar una película del máximo nivel, disparó el presupuesto.

Pero también cambió el retorno que ofrecíamos ahora a los posibles patrocinadores y, no sin pocos esfuerzos, al final todo encajó.

Se organizó un equipo de filmación de cuatro personas para grabar todo con la máxima calidad.

Para no adulterar en nada el concepto inicial de total autosuficiencia, establecimos unas normas muy claras para el caso en que se acercasen los equipos de filmación y de expedición: nunca podrían tener contacto ni ser ayudados o suministrados en ningún aspecto.

Aparte, tuvimos que autograbarnos en muchas ocasiones, con la tecnología de imagen y sonido que nos preparaban los técnicos, y siempre siguiendo las instrucciones de un guión que iba elaborando Miguel Ángel.

EL GRAN CONTRATIEMPO

Un mes y medio antes del inicio de la aventura, tuve un accidente haciendo barranquismo y me fracturé la tibia y el peroné.

No tenía tiempo para recuperarme y, con gran tristeza, debía renunciar a mi participación. Pero el equipo se negó a hacerlo sin mí.

Con toda la complejidad que suponía, lo retrasamos un mes para ver si me daba tiempo para recuperarme.

Me pusieron un clavo de titanio de 37 centímetros en el interior de la tibia. Y a partir de allí, inicié un duro y tenso proceso de recuperación a todo nivel.

A los 20 días podía caminar sin muletas. A los 40 días me dejaron empezar a rodar suavemente en bicicleta.

A los 60 días ya me dejaban poner de pie y usar calas. A los 75 días volábamos para Groenlandia para iniciar la expedición.

Estaba lejos de mi 100%, pero me sentía suficientemente preparado para afrontar el reto.

Y lo que me faltaba lo iba a suplir con energía, ilusión y fuerza de voluntad para poder hacer un sueño realidad.

LA REALIZACIÓN DE LA AVENTURA A GROENLANDIA

El 22 de agosto de 2024 volábamos ocho personas hacia Groenlandia.

Cuatro expedicionarios, David Espallargas, Pepe Ivars, Miguel Ángel Tobías y yo mismo, y cuatro cámaras y sonidistas del equipo de filmación, Lesmes Iglesias, Anna Sastre, José Egea y Álvaro García.

Volamos hasta Narsarsuaq.

Nada más llegar, el equipo de Tarmesud, la empresa de Ramón Larramendi, nos trasladó en barca hasta la pequeña población de Narsuak, a unas dos horas de navegación, donde nos instalamos dos días frente a una bahía llena de icebergs, para ultimar todos los preparativos.

Finalmente, el domingo 25 de agosto, iniciábamos la expedición.

Cada bici iba equipada con dos petates enormes de unos 40 kg, fijados en cada uno de los patines.

Estas bicicletas no están pensadas para este tipo de expediciones extremas, pero con determinados refuerzos y adaptaciones, son perfectas ya que, al llevar dos patines, ofrecen gran estabilidad y capacidad de carga.

Nuestro objetivo era realizar una ruta circular, con una estimación de 10 etapas y entre 10 y 14 días de duración, intentándonos acercar al máximo a algunos de los frentes glaciares más activos de la zona.

Teníamos que estar siempre pendientes tanto del estado del mar como del viento y las corrientes.

Algunos días optamos por salir de noche y aprovechar la calma de primera hora para poder cruzar un área de mar abierto muy expuesta, ante la previsión de subida del viento a partir de determinada hora.

Durante tres jornadas, nos quedamos bloqueados en el campamento por tormenta de viento y lluvia.

En un punto determinado, tomamos un atajo para intentar empalmar dos fiordos por tierra.

Vimos en el mapa que parecía factible y creíamos que, con media jornada de navegación y media para hacer todo el paso de tierra hasta el otro lado, podíamos ganar casi dos días de ruta.

No nos equivocamos en el resultado, pero sí en la estimación de esfuerzo. Fue una jornada durísima.

El paso de tierra tenía solo unos 700 metros sin demasiado desnivel, pero el terreno era muy irregular y resbaladizo.

Tuvimos que hacer seis viajes para trasladar las bicicletas y todo el material. Al final del día, estábamos acampados al otro lado del paso.

La entrada en el gran fiordo se realizaba por una especie de lago interior del mismo fiordo, conectado con la parte ancha por un pequeño canal entre un acantilado.

Era clave acertar el momento de pasarlo ya que, si nos pillaba allí la subida o la bajada de marea, podría ser muy peligroso por la corriente que se genera al llenar o vaciar el laguito interior desde la masa de agua del gran fiordo.

Sería como hacer unos rápidos de alto nivel en un río con las bicicletas de agua cargadas a tope.

Cada etapa requería entre 5 y 10 horas de pedaleo. Había muchas horas de esfuerzo continuo y monótono, y aunque era espectacular, llegaba a hacerse muy duro mentalmente.

Pero cuando nos acercábamos a zonas de icebergs, las emociones se disparaban.

En muchas ocasiones, apenas podíamos avanzar porque había tanto hielo granizado que la hélice de la bicicleta no podía empujar y podía romperse.

Entonces levantábamos el propulsor y avanzábamos con una pala de paddle surf.

Cada día hacíamos la misma operación para acampar.

Habíamos estudiado en el mapa posibles sitios para desembarcar, pero al final teníamos que encontrarlos y asegurarnos a vista.

Una vez localizado el lugar de llegada, empezaba la operación de acercarse a la playa con todas las precauciones posibles por las rocas o por el hielo.

Ya en la costa, descargábamos los petates y trasladábamos las bicicletas lejos del agua para protegerlas de la marea.

A partir de allí, tocaba buscar un sitio adecuado para montar el campamento y empezar a instalarnos, cocinar y relajarnos hasta la etapa siguiente.

Lo más peligroso de la travesía habría sido caer al agua por el riesgo de hipotermia.

Llevábamos chaleco salvavidas, pero tenemos que reconocer que, con la confianza que nos daba la estabilidad de las Schiller Bikes, casi nunca lo usábamos.

Lo más grave que podía pasarnos era que se derrumbase o se voltease un iceberg cuando pasábamos cerca.

Por su belleza, los icebergs son como imanes para las personas, pero son realmente muy peligrosos y hay que maximizar la prudencia al navegar a poca distancia.

Dos etapas antes del final, se nos estropeó el eje central de transmisión de una de las bicicletas.

Llevábamos recambio de todo, pero esa pieza es estructural y no se puede cambiar.

No nos quedó otro remedio que remolcar esa bicicleta y a su ocupante durante dos largos días.

Pero ese inconveniente se vio compensado con un magnífico trabajo de equipo en el que las tres bicis buenas remolcaban a la estropeada y nos íbamos turnando en el pedaleo.

11 días y 265 kilómetros después, llegábamos de nuevo a Narsuak.

Quince meses después de haber puesto una idea loca en común, habíamos hecho realidad una gran aventura en uno de los territorios más puros y remotos del planeta.

Un lugar realmente único y extremo, pero que se ve muy afectado por los efectos del cambio climático.

Gracias Groenlandia por dejarnos disfrutar de tu naturaleza y esperamos que esta aventura sirva para que, como mínimo, todos los apasionados por el deporte y las actividades en la naturaleza entiendan que debemos disfrutarla con el máximo respeto y compromiso.

Albert Bosch

Fotografía de Anna Salstre – The Last Ice